Irix es una de esas heroínas
marcadas por el Destino, sufriendo el cruel e invisible juego que juegan los
dioses desde la edad de Creación.
Y sin embargo algunos peones
consiguen cambiar las reglas del tablero invisible y alterar la manera que los
dioses ven a sus hijos.
Irix es uno de esos peones
excepcionales. La mismísima Yllia jamás habría podido prever estos eventos, ni habría podido predecir el camino tomado por la vestal.
Hija del chamán de la
manada del Ojo de Plata, Irix creció entre las cintas de los
susurros y las letanías a Yllia. Su padre vio en ella una pupila
prometedora, silenciosa y atenta, digna de de la honorable tradición de la
manada. Irix creció para convertirse en Iniciada, la “sibila” fue el
apodo que le puso su manada.
Su líder,
Bashkar, también se percató de su potencial. Pero más que sus
talentos mágicos, fue su gracia y sus encantos lo que llamó su atención. El jefe
de la manada tenía muy poca experiencia en las artes del cortejo.
Experto en las artes de la guerra, sus acercamientos eran claros, directos, y
sus órdenes no debían ser contrariadas. Aunque los
wolfen siguen sus instintos cuando se aparean, también sienten
amor.
Desafortunadamente, Bashkar jamás consiguió hacer
suya a Irix.
En el 996, una expedición
akkylania marchó al interior de la parte oriental del bosque de
Diisha, en un intento de alcanzar unas ruinas donde Arcavius había
descansado durante su viaje por todo Aarklash. Esta expedición
comandada por los templarios habría sido inspirada por los sueños que el
dios único compartió con su campeón.
De hecho, Yllia y Merin habían
decidido competir por el territorio ocupado por la manada de Irix. Ambos, a través de sus
campeones, creían que podían vencer y veían la
inminente batalla como algo verdaderamente entretenido.
Al llegar a los lindes del
bosque, los akkylanios empezaron a levantar un puesto fronterizo, ignorando el
hecho de que estaban entrando en territorio del Ojo de Plata. Llevaron a cabo
la construcción de un puente para ganar acceso a su lugar
sagrado, intentando descubrir evidencias de la visita de Arcavius. Alarmado por
la presencia de estos intrusos, Bashkar lideró a los guerreros de su manada a
la bnatalla, para defender su territorio.
El asalto fue brutal y mucha
sangre se derramó. Cargando de frente, Bashkar, rodeado por sus
mejores guerreros, impactó a toda velocidad contra las tropas enemigas,
mientras sus cazadores y guardianes de las sepulturas intentaban flanquearlos.
Viendo como los templarios caían ante los golpes de los depredadores, los fieles
akkylanios comenzaron a entonar letanías a Merin. Por esta vez, los
dioses habían acordado que ninguno de ellos intervendría para
ayudar a sus campeones y permanecerían neutrales sin importar el
resultado de los acontecimientos. Sin embargo, Merin, en un estallido de
orgullo, rechazando la derrota, respondió a la llamada de sus fieles.
Proporcionándoles un fragmento de su poder, les dio los medios
para exaltar a sus hermanos de armas. Irradiando un halo blanco, los soldados
de Merin tenían un sólo pensamiento: repeler a los
atacantes, sin importar el dolor o cuantas heridas mortales hubieran sufrido.
Cuando Bashkar finalmente
consiguió alcanzar al comandante enemigo, su vida ya fluía
profusamente por múltiples heridas infligidas por sus fanáticos
oponentes. Con su último aliento maldijo a Yllia por no haberlos
ayudado. Su anatema llegó hasta ella, que montó en cólera
contra su oponente por no haber respetado los términos de su desafío. Como
venganza, le dio sus poderes al último wolfen que seguía en pié. Irix, la
última superviviente, sintió una
descomunal energía fluyendo por todo su cuerpo. Privada de su razón por la súbita
sensación de poder e invulnerabilidad, liberó el odio
que sentía hacia hacia los invasores, derribándolos
inexorablemente sin ser herida ni una sola vez. Cuando la tormenta dentro de
Irix amainó, no quedaba ni una sola alma viva a su alrededor.
Pero las desgracias de Irix aún no habían
terminado: cuando regresó a su círculo de piedra descubrió la
masacre. Los miembros de su manada que habían permanecido atrás habían sido
emboscados y asesinados.
Irix, la única
superviviente de la manada, se convirtió en una paria.
Ese día, Yllia
había convertido a la joven chamán en una
encarnada y su campeona elegida, viendo en ella un poderoso as en el juego de
los dioses. Le ordenó encontrar a Ekynox, el Primer Nacido. Él era el
guardián del azote que había forzado a los dioses a dejar
Aarklash, dejando el mundo para los mortales.
Durante su viaje, Irix se unió a la
manada del Trono de Estrellas con la ayuda de Kassar. Allí, gracias
a las enseñanzas de un chamán nómada
llamado Ophyr, consiguió canalizar los arranques de furia que experimentaba
regularmente desde su encarnación. Bajo su guía desarrolló su
potencial mágico, explorando más profundamente los misterios de
la magia.
Su aprendizaje y la misión
encomendada por Yllia la llevaron hasta el Reino Elemental gobernado por
Idabaoth, un Sihir de Fuego. Ante la casa del señor encontró a Kassar,
quien también se había visto arrastrado aquí. Juntos
desafiaron a Idabaoth, y durante la confrontación Yllia poseyó a Irix
una vez más. Cuando recuperó la consciencia, Irix había
derrotado al Sihir. Reconociendo su derrota, Idabaoth le entregó a Irix,
ahora la Furia, un símbolo de fuego que ella fijó al cetro
que había empezado a construir. Combinando fuego y hielo,
el cetro le permitía canalizar las energías
destructivas de ambos elementos a la vez que potenciaba sus propios poderes.
Cegada por el éxtasis de
la victoria, Irix fue incapaz de prever el desastre que golpeó su manada
adoptiva, y sus poderes no bastaron para salvar a sus compañeros de la
destrucción.
El aspecto de Irix cambió drásticamente tras enfrentarse a Idabaoth, convirtiéndose en 'la Furía' |
En el 1001, el Trono de Estrellas cayó en una trampa dispuesta por Azaël, una necromante de Acheron, aliada con los enanos de Mid-Nor. Tras realizar un juramento de venganza junto con Kylliox y Onyx, los únicos supervivientes de la batalla contra las fuerzas combinadas de las Tinieblas, Irix retomó la búsqueda de Ekynox.
Irix es ahora consciente del
estrecho lazo que comparte con la diosa. Es capaz de controlar los estallidos
de furia que había creído eran una maldición. Pero aún ignora
por qué Yllia está convencida de que Ekynox
satisfará su petición.
Idabaoth le confirmó que Irix
posee una poderosa conexión con la diosa, pero también le
advirtió que los favores de los dioses muy a menudo
ocultan intenciones egoístas... También le reveló que el
Invierno de las Batallas fue la respuesta de TODO ante la soberbia de los
dioses. El Rag'narok ha empezado, los ejércitos se han reunido una vez más, pero en
esta ocasión las víctimas van a ser los pobres
mortales, que van a morir por los perversos y vacíos juegos de los dioses.
Irix puede ser capaz de evitar
lo peor. Si encuentra a Ekynox, puede saber cómo terminar con el Invierno de
las Batallas. La amenaza que representa este evento apocalíptico
puede ser el motor que haga que las naciones dejen de luchar y Creación sea
preservada.
Pero Irix duda de cómo de pacíficas son
realmente las intenciones de Yllia: sospecha que la diosa intenta provocar el
Invierno de las Batallas para purificar Aarklash de las obras del resto de los
dioses.
Irix se encuentra atrapada en
una lucha interna contra la diosa. Teme que pueda ser el instrumento que arroje
a su gente y todo Aarklash definitivamente en el Rag'narok. Con esta nueva
inspiración se convirtió en la Selenita, alcanzando un nuevo punto en su viaje. Ella espera que cuando encuentre a Ekynox pueda hallar
una solución que le permita salvar Aarklash y forzar a Yllia
a renunciar a sus ambiciones. Conseguir que Ekynox la escuche puede ser la
tarea más difícil que jamás haya
tenido que afrontar...