lunes, 16 de diciembre de 2013

Kel, o los Orígenes - 4/6

EL SUEÑO DE CERNUNNOS

En su sueño Cernunnos de nuevo adoptó la forma de ciervo y atravesó el bosque para decirle a su gente que pronto podrían empezar a vivir en paz.
Pero cuando llegó a Kel-An-Tiraidh no podía volver a asumir su forma humana y nadie entendía lo que quería decirles, aunque fue reconocido y su padre le dio la bienvenida sin ningún pesar.
Una hermosa mujer de cabellos marrones se presentó entonces a las puertas de la ciudad y dijo que traía un mensaje para el jefe de las gentes de Kel. Fue conducida al interior de la ciudad y cuando Avagd preguntó su nombre ella respondió que se llamaba Scathach, que significa tanto “morena” como “sombra”, y afirmaba ser narradora de historias y poetisa.

- “Si interpreto mi arte en tu hogar, ¿me ofrecerás tu hospitalidad?” Preguntó directamente.

Por aquellos tiempos era el deber de todo jefe Kelta satisfacer los deseos de bardos y trovadores que actuaran en sus hogares, y Avagd aceptó con mucho gusto la propuesta de Scathach.
La poetisa irrumpió entonces con una alegre canción y todo el mundo en la ciudad sintió una gran felicidad que embargaba sus corazones. Narró entonces una historia tan triste que muchos lloraron y se llenaron de congoja.
Cuando hubo terminado de entretenerles, Avagd preguntó qué es lo que quería como recompensa. Scathach respondió que una simple comida bastaría para recompensarla. Así pues, Avagd le preguntó qués es lo quería que le sirvieran para cenar. Sin dudarlo, Scathach se volvió hacia Cernunnos y pidió que mataran ese ciervo para servirlo en su cena.

- “No puedo darte ese ciervo, Scathach” - Respondió Avagd gravemente - “Pues se trata en realidad de mi propio hijo y me está prohibido ordenar su muerte.”

Furibunda, Scathach pronunció entonces estas palabras:

- “Ya que tú has rechazado el cumplir tus deberes de hospitalidad hacia mí, tus tierras se sumirán en las tinieblas y los tuyos conocerán el terror de un mundo sin luz.”

Con estas palabras el cielo se tornó oscuro y el disco solar fue reemplazado por la pálida y descorazonada luna.
Así, el mundo conoció su primera noche.
Pues Scathach no era otra que Lahn. Sintiendo celos de Cernunnos, pues hasta entonces él había sido el único en conocer el cálido abrazo de la diosa, había decidido vengarse castigando a las gentes de Kel.
Cuando Cernunnos despertó se dio cuenta de que todavía conservaba su aspecto humano. Primero pensó que lo que había visto tan sólo formaba parte de un mal sueño, pero entonces se apercibió de que la oscuridad que le rodeaba no estaba producida por las sombras del bosque. El sol había desaparecido realmente y fue entonces cuando comprendió el significado de su sueño. Una vez más él y los suyos habían sido traicionados por los dioses. En un acceso de ira incluso la idea de matar a Danu cruzó por su mente, pero su rabia no le pudo hacer olvidar el amor que sentía por ella. Consumido por el rencor destrozó el Crisol antes de regresar con su gente.


LA BATALLA FINAL

Cuando por fin alcanzó los lindes de Kel-An-Tiraidh la visión que se presentó ante sus ojos hizo que un escalofrío recorriera su espalda. La ciudad parecía un gigantesco brasero del cual se elevaban terribles gritos. Cientos de antorchas ardían en torno a los muros y al resplandor de las llamas Cernunnos pudo distinguir sangrientos forcejeos en las empalizadas.
Tan aterrorizados por la oscuridad como los Keltas, los Ogmananos y los centauros culparon de la desaparición del sol a la presencia de los invasores. Así pues decidieron que aquella noche significaría la aniquilación de los Keltas o de sí mismos, esta vez la retirada no era una opción. Lucharían a muerte y hasta el último hombre.
Lleno de rabia y tristeza al ver esta masacre, Cernunnos se arrojó a la refriega, con la esperanza de morir con su propia gente más que ninguna otra cosa. Pero ahora era el igual de los dioses y se dice que acabó con más de cien oponentes él solo.
Miles de valientes guerreros murieron esa noche en ambos bandos. El mismísimo Avagd murió, su cabeza partida por la mitad por el hacha de un centauro. Parecía que la muerte jamás se daría por satisfecha. Se derramó sangre hasta que la tierra no pudo absorberla y los guerreros continuaban luchando sobre un manto de cabezas y cadáveres.
Danu apareció entonces en el campo de batalla. Pálida y demacrada, llevaba dos criaturas recién nacidas contra su seno. Tras ella la seguía Cianath, quien también llevaba una tercera criatura en sus brazos.

Danu se presenta en la batalla ante Cernunnos llevando consigo a las Tres Bendiciones.

- “Basta” susurró la diosa casi sin aliento. Y su voz fue oída por todos. 

Su presencia era tan fuerte que el conflicto terminó inmediatamente y todos los ojos se volvieron hacia ella.

- “Basta de muertes” - continuó - “estoy cansada de ver mis tierras empapadas en sangre y cubiertas de huesos, cuando deberían empaparse de lluvia y cubrirse de trigo. ¡Gentes de Kel! Me habéis rechazado debido al miedo que tenéis a que os traicione, pero uno de vuestros hijos ha venido a mí. Y uniendo nuestros cuerpos hemos unido nuestros pueblos, pues le he concedido la inmortalidad de los dioses. Por ello nunca más deberéis tenernos aprehensión, pues uno de los vuestros es ahora nuestro igual. Y si incluso esto no fuera suficiente, entonces podéis darle vuestro amor a los frutos de nuestra unión.”

Cianath alzó entonces el bebé que llevaba en brazos a los cielos. Danu continuó.

- "Aquí están las tres hijas de aquel a quien vosotros llamáis Eladh. Sus nombres son Siobhan, Fiann y Neraidh. Al igual que yo, ellas jamás desistirán de intentar preservar esta tierra y las gentes nacidas en ella. Al igual que su padre, protegerán y guiarán a los hijos de Kel.”

Sin saber qué hacer frente a esta nueva situación, los Keltas permanecieron en silencio, esperando una señal de sus jefes.
Cernunnos, todavía cubierto de sangre por la batalla, dio un paso al frente de entre toda la multitud y avanzó entonces hacia Danu. Cuando la alcanzó, tomó una de las niñas en sus brazos y la miró durante unos instantes. Le habló entonces a Danu:

“Mi corazón está lleno de amor por ti y por estas niñas, Danu. Pero también está lleno de tristeza por todos aquellos que han caído hoy, y de miedo por mi gente. Por esto te pido una cosa más. Disipa la oscuridad que cubre el cielo y juro que mi gente vivirá para siempre en paz con la tuya.”

Danu estaba a punto de responder cuando Cianath empezó a hablar. Encarándose a Lahn, su padre, le dirigió esta petición.

- “¡Mira!” - gritó mientras levantaba al bebé. - “¡Mira los dones que nos ha traído la gente de Kel! Danu, quien una vez te dio hijos, ha dado ahora a luz a tres niñas. ¿Por qué dejar que la calamidad caiga sobre aquellos que nos han dado tal promesa de fertilidad?”

Lahn escuchó a su hijo y sus palabras le turbaron profundamente, pues se vio obligado a admitir que Cianath estaba en lo cierto. Y sin embargo las llamas de los celos hacia Cernunnos seguían ardiendo.
Y tal fue su calvario que acabó por dividirse en dos. Así nació Scathach, la encarnación del deseo de venganza de Lahn. Y desde ese momento en adelante ambos tendrían que luchar por el dominio de los cielos, durante el resto de la eternidad.
En aquel momento, desde el campo de batalla, los guerreros observaron el primer amanecer de toda Creación.
Volviéndose hacia su gente, Cernunnos habló entonces con una potente voz.

- “¡Hijos de Kel! Yo, Cernunnos, hijo de Avagd, juro sobre este nuevo día que olvidaré el odio que me ha enfrentado a las gentes de la Diosa del mismo modo que he renunciado a mi antiguo nombre. Pero los muertos no serán olvidados, y de ahora en adelante estas llanuras llevarán el nombre de Avagddu. ¡Así todos recordarán que el jefe que nos trajo hasta estas tierras cayó aquí luchando por su gente!”.

Un gran clamor saludó las palabras de Cernunnos. Entonces, levantando a su hija sobre su cabeza, continuó hablando.

“Que esta niña y sus hermanas sean los símbolos de una nueva era, pues nuestra sangre fluye por sus venas, así como la de los dioses.”


EL LANGUIDECER DE CERNUNNOS

Tras la segunda batalla de Kel-An-Tiraidh los hijos de Kel declararon la paz con las gentes de Danu, y todos acordaron que Avaggdu fuera el nuevo nombre de estas tierras.
Cernunnos reinó sobre esta nueva nación Kelta al lado de Danu. Juntos dictaban justicia por el día y se convertían en amantes de nuevo cada noche, bajo la mirada llena de rencor de Scathach.
Una noche sin luna Scathach preparó dos pociones que mezcló con la cena de la pareja real. La primera provocó que Danu cayera en un profundo sopor. La segunda permitió a Scathach tomar el lugar de la Diosa en el lecho de Cernunnos sin que éste se diera cuenta. Así Cernunnos se emparejó con aquella que más deseaba su desgracia. Y esto sucedió cada noche durante varios ciclos.
Cada día Cernunnos se encontraba un poco más débil que el anterior. El joven rey fue perdiendo lentamente el gusto por el vino y las celebraciones. Su vigor le fue abandonando y pronto dejó de acompañar a su gente a las cacerías. Los suyos le veían desvanecerse y se encontraban impotentes ante tal situación… Y cada noche regresaba Scathach para robarle su fuerza y su virilidad.

Senatha era el único que sospechaba que la languidez de Cernunnos estaba provocada por algún tipo de mal. Una noche tomó la apariencia de un cuervo y se posó en el antepecho de la ventana de los aposentos de Cernunnos y Danu. Desde allí pudo ver con sus propios ojos los extraños eventos que sucedían cada noche. Danu yacía en un mullido lecho de pieles, tan profundamente dormida que cualquiera pensaría que estaba muerta. En cuanto a Cernunnos se encontraba en una especia de trance. Arrodillado en el suelo, se limitaba a mirar fijamente una jofaina llena de agua cristalina. Cuando la luz de la luna tocó el agua, inmediatamente una figura femenina emergió de la jofaina. Senatha reconoció enseguida a Scathach, pero Cernunnos la abrazó apasionadamente como si se tratara de Danu.
Al día siguiente Senatha fue a ver a su rey par informarle de lo que había descubierto. Pero Cernunnos no recordaba nada de lo ocurrido y se negó a creerle. Así pues Senatha le pidió que no tocara su comida durante ese día, pues sospechaba que ese era el origen de sus males. Aún permaneciendo escéptico, Cernunnos aceptó sin embargo seguir el consejo del druida.
Esa misma noche Cernunnos encontró muy extraño el súbito sopor de su amada, y cuando vio a Scathach aparecer desnuda ante él supo que Senatha había dicho la verdad.
Scathach vio enseguida que Cernunnos no se encontraba bajo la influencia de su droga, así que le dirigió una sonrisa desdeñosa.

- “Así que mi ardid ha sido descubierto. No importa, ¡el daño ya se ha hecho!” dijo, antes de prorrumpir en una cruel carcajada.

La sombría mirada que le dirigió Cernunnos no pareció impresionarla lo más mínimo, pese a la ira apenas contenida que transmitía.

- “No” - respondió el rey súbitamente - “estáis acabadas tú y tus brujerías. ¡Nunca más nos volverás a traer desgracias!”.

Al oír estas palabras Scathach rió incluso más fuerte.

- “¡Necio! ¿Qué crees que ocurrirá cuando Danu sepa que has traicionado su amor y has puesto tu semilla en otra?” - Scathach hizo una pausa para disfrutar de la expresión de incredulidad en el rostro de Cernunnos. - “Sí, llevo a tu hijo bastardo, y él será la prueba de tu infamia.”

- “Tu odio te hace tan ciega como estúpida, Scathach. Cuando sepa la verdad Danu me perdonará, pues ella me ama mucho más de lo que jamás te amó a ti cuando aún eras Lahn. Y nunca jamás volverá a ser tuya.”

Al oir estas palabras Scathach cayó en una desesperada furia, pues las palabras de Cernunnos le causaron un gran dolor. Sumergida en sus ansias de venganza tomó la espada del rey y, con un rápido movimiento que no pudo esquivar completamente, cortó el rostro de Cernunnos.
La herida era horrible de mirar. Su rostro estaba desfigurado con una brecha sangrante que iba de su frente a su mejilla, y su ojo derecho era sólo un agujero horripilante y escarlata.
Viendo lo que había hecho, Scathach recobró la calma y su compostura, retomando su pose orgullosa y desdeñosa. Pronunció entonces una profecía que volvería del revés para siempre las vidas de todos los habitantes de Aarklash.

- “El Apuesto Cornudo ya no lo es más. Cuando despierte, Danu tan sólo sentirá miedo y asco al ver tu rostro. Tu gente acabará dirigiéndose a ti con temor y espanto. Serás expulsado del trono y de tu tribu. ¡De ahora en adelante serás Cernunnos, la bestia errante!”.

Las palabras eran fuertes y el anatema se realizó.
Fue entonces cuando Danu despertó.
Cuando vio el rostro mutilado de su amante dejó escapar un grito de miedo que apuñaló a Cernunnos en el corazón como una flecha de hielo. Él supo entonces que la maldición de Scathach se convertiría en realidad y prefirió la soledad de una vida en el exilio antes que la humillación que le esperaba.
En el exterior, el reino de Scathach todavía cubría Avagddu de oscuridad. Evitando las luces de Kel-An-Tiraidh, Cernunnos huyó a las sombras para ocultarse en ellas para siempre.


CONTINUARÁ
4ª parte de 6

Traducido por: Winterblue
Fuente: Cry Havoc.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Kel, o los Orígenes - 3/6

LA BATALLA DE KEL-AN-TIRAIDH

Los Keltas llamaron a su ciudad Kel-An-Tiraidh, la ciudad de la gente de Kel. Pensaron que habían ganado definitivamente el derecho a establecerse en esta tierra tras la batalla de las Playas Rojas, donde los Ogmananos habían perdido dos tercios de su gente.

Por ese motivo sus corazones se llenaron de preocupación cuando vieron a los gigantes reunirse ante sus puertas, tan numerosos como durante su primera confrontación. Y la preocupación se convirtió en terror cuando vieron otras criaturas emergiendo del bosque cercano. Estos seres, mitad hombre y mitad caballo, eran casi tan grandes como los Ogmananos y el doble de numerosos. Iban armados con temibles hachas y parecían empujados por un feroz deseo de acabar con los hombres de Kel de una vez por todas.
Entre los dos grupos estaban Murgan y Danu. Lahn, siempre arrogante, nunca mostró el más mínimo interés por estos eventos desde sus inicios. En cuanto a Cianath, éste se mantuvo al margen como si, para él, el devenir de la batalla ya estuviera decidido de antemano y fuera inevitable.
Esta vez, los atacantes no se arrojaron a la batalla como en la ocasión anterior. Volviéndose de cara a los centauros, Murgan alzó su lanza a los cielos y la giró en torno a sí. Los centauros trotaron hacia los muros de Kel-An-Tiraidh donde los defensores, cogidos por sorpresa, se estaban reuniendo precipitadamente.
Cuando estuvieron a 100 pasos de la ciudad empezaron a galopar en un estruendo de cascos. Los Keltas pensaron en un principio que los centauros iban a intentar saltar por encima de las empalizadas, pero empezaron a correr alrededor de la ciudad mientras arrojaban hachas a los defensores. Los Keltas intentaron a su vez arrojar sus lanzas a los centauros, pero estos se movían tan rápido que rara vez una lanza alcanzaba su objetivo.

Entonces Danu avanzó un poco hacia el combate y ordenó a la tierra que la obedeciera. Una enorme falla se abrió bajo los muros de Kel-An-Tiraidh, de los cuales una parte se hundió y fue tragada por la tierra junto con muchos Keltas. Aterrorizados por esta imagen, los defensores vieron tambalearse su voluntad. Pero Senatha apareció de repente y avanzó hasta el borde de la sima. Puso sus dos manos en el suelo y pronunció unas pocas palabras antes de arrojar una pequeña piedra marrón al interior de la tierra. El suelo retumbó y al mismo tiempo que Senatha alzó sus brazos a los cielos, una multitud de rocas se elevaron de la sima. Los proyectiles levitaron durante unos instantes entre el cielo y la tierra hasta que Senatha bajó los brazos brutalmente en dirección a los centauros. Con una increíble velocidad y violencia las rocas golpearon a los orgullosos centauros con todo su poder.
Parecía entonces que los centauros estaban a punto de retirarse cuando el grito de guerra de Ogmios retumbó por toda la llanura. Una vez más la carga de los Ogmananos hizo sacudirse cielo y tierra, y les devolvió el coraje a los hombres-caballo.

Esta vez, sin embargo, los muros resistieron mejor el impacto y el primer ataque fue rechazado. Varios centauros intentaron entrar en la ciudad a través de la brecha abierta en las empalizadas, y aunque fue muy fácil saltar sobre la falla, fueron exterminados por los Keltas que usaron largas lanzas de caza. 
Loco de furia, Murgan lideró personalmente el segundo ataque de los Ogmananos. Su lanza llameante provocaba terror en el corazón de los Keltas y, espoleados por ello, Ogmios y algunos de sus guerreros consiguieron entrar en la ciudad. Una vez dentro, los Ogmananos se mantuvieron juntos para ser capaces de resistir antes los más numerosos defensores. De forma lenta pero segura Murgan y Ogmios lucharon para abrirse camino hacia las puertas de la ciudad. Si conseguían abrirlas, los centauros podrían entrar en la ciudad, lo que significaría el fin de Kel-An-Tiraidh.
Viendo esto, Avagd corrió a su encuentro y desafió al jefe de los Ogmananos. Aceptando el desafío, Ogmios se abalanzó hacia él, su arma en alto.
Al mismo tiempo, Senatha se encaraba con Murgan. 
Todo alrededor parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Todos estaban conteniendo su respiración, pues eran conscientes que el resultado de la batalla podía muy bien depender del resultado de estos dos duelos.

La lanza del hijo de Danu quemaba todo lo que tocaba y ningún guerrero osaba acercarse. Senatha destrozó una pequeña gema azul entre sus manos y fue rodeado por un halo azul que brillaba bajo la luz del sol, y avanzó hacia Murgan con determinación en sus ojos.
Avagd era un coloso, pero junto a Ogmios parecía un niño pequeño. El gigante bajó su enorme alabarda pero el Kelta, que era más rápido, esquivó el terrible golpe y lanzó a su vez un tajo con su gran hacha.
Ogmios dejó escapar un aullido de dolor cuando el hacha de Avagd se hundió en su muslo, pero no vaciló. Al contrario, se volvió aún más furioso por la herida y lanzó una avalancha de golpes sobre su oponente.
Seguro de sí mismo, Murgan golpeó a Senatha quien, pese a la promesa de muerte que traía tal ataque, no intentó esquivar la lanza.
Avagd estaba retrocediendo ante Ogmios. Estaba sufriendo para bloquear los ataques del gigante y su hacha corría el riesgo de romperse con cada nuevo golpe. Súbitamente, con un grito de rabia, Ogmios le alcanzó con un golpe que podría haber destrozado una montaña. Milagrosamente, el arma de Avagd resistió, pero él fue derribado.
La punta llameante iba dirigida directamente hacia el corazón de Senatha. Pero, para sorpresa de Murgan, cuando la lanza entró en el halo perdió toda su fuerza. 
Tumbado de espaldas, Avagd vio como la hoja de Ogmios caía sobre él como si fuera un ave de presa. Rápido como un rayo, rodó por el suelo para evitar el golpe. Llevado por el impulso, Ogmios clavó su alabarda profundamente en el suelo. Avagd no dejó escapar esta oportunidad. Con un solo movimiento se pudo en pie y lanzó su hacha hacia la nuca del gigante. Con un golpe sordo, la enorme cabeza de Ogmios golpeó el suelo.

Apartando la ahora inofensiva lanza a un lado, Senatha avanzó de nuevo y colocó sus manos contra el pecho de Murgan. La niebla rodeó al terrible guerrero, que súbitamente sintió como su sed de sangre le iba abandonando poco a poco. El poder del agua había terminado con la devastadora furia del fuego.
De nuevo los gritos de victoria de los Keltas se pudieron escuchar por todo el lugar.


EL APUESTO CORNUDO

Tras la segunda batalla entre los Ogmananos y los Keltas, los habitantes de Kel-An-Tiraidh apenas tuvieron tiempo de recuperarse. Pronto vieron a los gigantes volver, tan numerosos como el primer día y con Ogmios caminando junto a ellos pese a haber sido decapitado por Avagd.
Así pues su diosa tiene el poder de traerlos de vuelta de entre los muertos”, dijo Avagd. “Nunca les venceremos, pues incluso si los rechazamos volverán de nuevo. Y de nuevo nosotros perderemos más guerreros.”
Su hijo Eladh intervino entonces.
“Iré con los Ogmananos para descubrir su secreto. Y si fuera necesario, mataré a su diosa.”
Los Ogmananos y los centauros volvieron a hostigar a los Keltas. Pero ya no lanzaban masivos ataques, si no que se contentaban con pequeñas incursiones, matando unos pocos hombres de cada vez antes de regresar a los bosques y las montañas.

Eladh se unió a un grupo de cazadores y se aventuró al interior del oscuro bosque. Allí, tal y como esperaban, los centauros les emboscaron. Los cazadores se defendieron bien y mataron a una de las criaturas antes de retirarse.

En cuanto a Eladh, fingió estar muerto y permaneció en el campo de batalla. Vio entonces a los centauros llevarse a su compañero caído, y los siguió a través de los bosques hasta un gran claro donde había un gran círculo de piedras, en el centro del cual estaba en pie Danu. A su derecha había una jarra llena de arcilla húmeda. A su izquierda habían un receptáculo de loza.
Eladh vio como los centauros depositaban a su compañera caído a los pies de la diosa. Entonces ella tomó un poco de arcilla y, con sorprendente destreza, moldeó figurilla que era una réplica exacta del muerto. Colocó entonces la estatuilla en el receptáculo, sacó una daga de su cinturón y se cortó la mano, para dejar caer varias gotas de su sangre en el receptáculo sagrado.
Unos instantes después el bosque cayó en el más absoluto silencio. No se podía oír el más ligero sonido, ni siquiera el canto de un pájaro. De repente un bramido que parecía provenir de las profundidades de la tierra se elevó desde el crisol y, ayudado por sus compañeros, el centauro que estaba yaciendo a los pies de la diosa unos instantes antes salió de él perfectamente vivo. En el espacio donde antes estaba su cadáver sólo había una fina capa de polvo.

Cuando Eladh regresó a Kel-An-Tiraidh narró lo que había visto.
“Esta maravilla no es sólo obra de la diosa”, concluyó. “Es esa urna el origen del gran poder de nuestros enemigos. No tendré que matar a Danu, sólo tendré que romper el instrumento de su magia y entonces nuestros enemigos no volverán a ser capaces de volver de entre los muertos”. Avagd sacudió su cabeza de manera escéptica.
“Nunca serás capaz de acercarte lo bastante, ni a la diosa ni a la urna”.
Entonces habló Senatha.
“Al contrario, es muy simple. Haré que tu hijo tome la apariencia de un enorme ciervo y entonces podrá vagar por el bosque a su antojo. Cuando esté a solas con la diosa se transformará de nuevo en un joven. Encantada por tal prodigio Danu se dejará seducir y compartirá su lecho con él. Entonces podrá romper el crisol cuando ella haya caído dormida.”
Y Eladh fue entonces transformado en ciervo por Senatha. Sus cuernos eran mucho más impresionantes que los de cualquier otro macho del bosque. Y a Eladh le gustó ser lo que se había convertido.  
Cuando llegó al círculo de piedras bramó tan alto que su eco se pudo oír incluso en las montañas habitadas por los Ogmananos. Cuando oyó semejante grito, Danu quiso saber qué bestia lo había producido, pues nunca había escuchado uno tan poderoso. Así que se dirigió al claro tras coger el crisol, pues nunca se separaba de él.
Al descubrir a Eladh se dijo a sí misma que nunca había visto un animal tan magnífico. Se dirigió hacia él y colocó su mano sobre su frente. 

Danu y Cernunnos se conocen...

Tal y como Senatha le había dicho que hiciera, Eladh volvió a su aspecto humano. Danu quedó estupefacta por esta maravilla y preguntó quién era él. Eladh mintió diciendo que nunca nadie le había dando un nombre no siendo ni hombre ni bestia. Así Danu decidió que de ahora en adelante se llamaría Cernunnos, que significa “el Apuesto Cornudo”. 
“Me gusta ese nombre y me gustaría agradecerte el habérmelo dado”, respondió Eladh antes de atraerla hacia sí. 
Danu no se resistió y se unieron uno con otro en ese mismo claro.
Cuando rebosaron de placer carnal, Eladh fingió quedar dormido y esperó a que Danu hiciera lo mismo. Tan pronto como lo hizo se levantó y cogió una piedra para romper el crisol. Pero en el último momento, sin saber explicar por qué, no fue capaz de hacerlo. Una suave ria se oyó entonces detrás de él. Eladh se giró y vio a Cianath mirándolo de un modo divertido pero benévolo.
Eladh abrió su boca para hablar, pero fue el hijo de Danu quien habló primero. 
“¿De verdad pensabas que podrías compartir el lecho de la Diosa y seguir siendo el mismo de antes?”
“¿Quién eres tú? ¿Y qué quieres decir?” Preguntó Eladh con cautela.
“Soy Cianath, y al unirte con mi madre te has convertido en su igual. De este modo nuestros pueblos podrán al fin conocer la paz.”
Eladh se volvió para mirar a Danu, que todavía yacía dormida, y comprendió entonces por qué no había sido capaz de romper el crisol. Su corazón le creció en el pecho mientras la contemplaba y todo cuanto deseaba era yacer junto a ella de nuevo. Se había convertido en Cernunnos.
“Si dices la verdad, entonces esperaré a que despierte y así juntos podremos traer la paz a estas llanuras”, le dijo a Cianath. Entonces volvió a quedar dormido con Danu a su lado. Pero su descanso se vio turbado por un extraño sueño.

CONTINUARÁ
3ª parte de 6.

traducido por: Winterblue
Fuente: Cry Havoc