miércoles, 26 de junio de 2019

Irix, la Selenita




Irix es una de esas heroínas marcadas por el Destino, sufriendo el cruel e invisible juego que juegan los dioses desde la edad de Creación.
Y sin embargo algunos peones consiguen cambiar las reglas del tablero invisible y alterar la manera que los dioses ven a sus hijos.
Irix es uno de esos peones excepcionales. La mismísima Yllia jamás habría podido prever estos eventos, ni habría podido predecir el camino tomado por la vestal.
Hija del chamán de la manada del Ojo de Plata, Irix creció entre las cintas de los susurros y las letanías a Yllia. Su padre vio en ella una pupila prometedora, silenciosa y atenta, digna de de la honorable tradición de la manada. Irix creció para convertirse en Iniciada, la sibila fue el apodo que le puso su manada.
Su líder, Bashkar, también se percató de su potencial. Pero más que sus talentos mágicos, fue su gracia y sus encantos lo que llamó su atención. El jefe de la manada tenía muy poca experiencia en las artes del cortejo. Experto en las artes de la guerra, sus acercamientos eran claros, directos, y sus órdenes no debían ser contrariadas. Aunque los wolfen siguen sus instintos cuando se aparean, también sienten amor.
Desafortunadamente, Bashkar jamás consiguió hacer suya a Irix.

En el 996, una expedición akkylania marchó al interior de la parte oriental del bosque de Diisha, en un intento de alcanzar unas ruinas donde Arcavius había descansado durante su viaje por todo Aarklash. Esta expedición comandada por los templarios habría sido inspirada por los sueños que el dios único compartió con su campeón.
De hecho, Yllia y Merin habían decidido competir por el territorio ocupado por la manada de Irix. Ambos, a través de sus campeones, creían que podían vencer y veían la inminente batalla como algo verdaderamente entretenido.
Al llegar a los lindes del bosque, los akkylanios empezaron a levantar un puesto fronterizo, ignorando el hecho de que estaban entrando en territorio del Ojo de Plata. Llevaron a cabo la construcción de un puente para ganar acceso a su lugar sagrado, intentando descubrir evidencias de la visita de Arcavius. Alarmado por la presencia de estos intrusos, Bashkar lideró a los guerreros de su manada a la bnatalla, para defender su territorio.
El asalto fue brutal y mucha sangre se derramó. Cargando de frente, Bashkar, rodeado por sus mejores guerreros, impactó a toda velocidad contra las tropas enemigas, mientras sus cazadores y guardianes de las sepulturas intentaban flanquearlos. Viendo como los templarios caían ante los golpes de los depredadores, los fieles akkylanios comenzaron a entonar letanías a Merin. Por esta vez, los dioses habían acordado que ninguno de ellos intervendría para ayudar a sus campeones y permanecerían neutrales sin importar el resultado de los acontecimientos. Sin embargo, Merin, en un estallido de orgullo, rechazando la derrota, respondió a la llamada de sus fieles. Proporcionándoles un fragmento de su poder, les dio los medios para exaltar a sus hermanos de armas. Irradiando un halo blanco, los soldados de Merin tenían un sólo pensamiento: repeler a los atacantes, sin importar el dolor o cuantas heridas mortales hubieran sufrido.
Cuando Bashkar finalmente consiguió alcanzar al comandante enemigo, su vida ya fluía profusamente por múltiples heridas infligidas por sus fanáticos oponentes. Con su último aliento maldijo a Yllia por no haberlos ayudado. Su anatema llegó hasta ella, que montó en cólera contra su oponente por no haber respetado los términos de su desafío. Como venganza, le dio sus poderes al último wolfen que seguía en pié. Irix, la última superviviente, sintió una descomunal energía fluyendo por todo su cuerpo. Privada de su  razón por la súbita sensación de poder e invulnerabilidad, liberó el odio que sentía hacia hacia los invasores, derribándolos inexorablemente sin ser herida ni una sola vez. Cuando la tormenta dentro de Irix amainó, no quedaba ni una sola alma viva a su alrededor.
Pero las desgracias de Irix aún no habían terminado: cuando regresó a su círculo de piedra descubrió la masacre. Los miembros de su manada que habían permanecido atrás habían sido emboscados y asesinados.

Irix, la única superviviente de la manada, se convirtió en una paria.
Ese día, Yllia había convertido a la joven chamán en una encarnada y su campeona elegida, viendo en ella un poderoso as en el juego de los dioses. Le ordenó encontrar a Ekynox, el Primer Nacido. Él era el guardián del azote que había forzado a los dioses a dejar Aarklash, dejando el mundo para los mortales.
Durante su viaje, Irix se unió a la manada del Trono de Estrellas con la ayuda de Kassar. Allí, gracias a las enseñanzas de un chamán nómada llamado Ophyr, consiguió canalizar los arranques de furia que experimentaba regularmente desde su encarnación. Bajo su guía desarrolló su potencial mágico, explorando más profundamente los misterios de la magia.
Su aprendizaje y la misión encomendada por Yllia la llevaron hasta el Reino Elemental gobernado por Idabaoth, un Sihir de Fuego. Ante la casa del señor encontró a Kassar, quien también se había visto arrastrado aquí. Juntos desafiaron a Idabaoth, y durante la confrontación Yllia poseyó a Irix una vez más. Cuando recuperó la consciencia, Irix había derrotado al Sihir. Reconociendo su derrota, Idabaoth le entregó a Irix, ahora la Furia, un símbolo de fuego que ella fijó al cetro que había empezado a construir. Combinando fuego y hielo, el cetro le permitía canalizar las energías destructivas de ambos elementos a la vez que potenciaba sus propios poderes.
Cegada por el éxtasis de la victoria, Irix fue incapaz de prever el desastre que golpeó su manada adoptiva, y sus poderes no bastaron para salvar a sus compañeros de la destrucción.

El aspecto de Irix cambió drásticamente tras enfrentarse
a Idabaoth, convirtiéndose en 'la Furía'

En el 1001, el Trono de Estrellas cayó en una trampa dispuesta por Azaël, una necromante de Acheron, aliada con los enanos de Mid-Nor. Tras realizar un juramento de venganza junto con Kylliox y Onyx, los únicos supervivientes de la batalla contra las fuerzas combinadas de las Tinieblas, Irix retomó la búsqueda de Ekynox.
Irix es ahora consciente del estrecho lazo que comparte con la diosa. Es capaz de controlar los estallidos de furia que había creído eran una maldición. Pero aún ignora por qué Yllia está convencida de que Ekynox satisfará su petición.
Idabaoth le confirmó que Irix posee una poderosa conexión con la diosa, pero también le advirtió que los favores de los dioses muy a menudo ocultan intenciones egoístas... También le reveló que el Invierno de las Batallas fue la respuesta de TODO ante la soberbia de los dioses. El Rag'narok ha empezado, los ejércitos se han reunido una vez más, pero en esta ocasión las víctimas van a ser los pobres mortales, que van a morir por los perversos y vacíos juegos de los dioses.

Irix puede ser capaz de evitar lo peor. Si encuentra a Ekynox, puede saber cómo terminar con el Invierno de las Batallas. La amenaza que representa este evento apocalíptico puede ser el motor que haga que las naciones dejen de luchar y Creación sea preservada.
Pero Irix duda de cómo de pacíficas son realmente las intenciones de Yllia: sospecha que la diosa intenta provocar el Invierno de las Batallas para purificar Aarklash de las obras del resto de los dioses.
Irix se encuentra atrapada en una lucha interna contra la diosa. Teme que pueda ser el instrumento que arroje a su gente y todo Aarklash definitivamente en el Rag'narok. Con esta nueva inspiración se convirtió en la Selenita, alcanzando un nuevo punto en su viaje. Ella espera que cuando encuentre a Ekynox pueda hallar una solución que le permita salvar Aarklash y forzar a Yllia a renunciar a sus ambiciones. Conseguir que Ekynox la escuche puede ser la tarea más difícil que jamás haya tenido que afrontar...



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