jueves, 5 de diciembre de 2013

Kel, o los Orígenes - 3/6

LA BATALLA DE KEL-AN-TIRAIDH

Los Keltas llamaron a su ciudad Kel-An-Tiraidh, la ciudad de la gente de Kel. Pensaron que habían ganado definitivamente el derecho a establecerse en esta tierra tras la batalla de las Playas Rojas, donde los Ogmananos habían perdido dos tercios de su gente.

Por ese motivo sus corazones se llenaron de preocupación cuando vieron a los gigantes reunirse ante sus puertas, tan numerosos como durante su primera confrontación. Y la preocupación se convirtió en terror cuando vieron otras criaturas emergiendo del bosque cercano. Estos seres, mitad hombre y mitad caballo, eran casi tan grandes como los Ogmananos y el doble de numerosos. Iban armados con temibles hachas y parecían empujados por un feroz deseo de acabar con los hombres de Kel de una vez por todas.
Entre los dos grupos estaban Murgan y Danu. Lahn, siempre arrogante, nunca mostró el más mínimo interés por estos eventos desde sus inicios. En cuanto a Cianath, éste se mantuvo al margen como si, para él, el devenir de la batalla ya estuviera decidido de antemano y fuera inevitable.
Esta vez, los atacantes no se arrojaron a la batalla como en la ocasión anterior. Volviéndose de cara a los centauros, Murgan alzó su lanza a los cielos y la giró en torno a sí. Los centauros trotaron hacia los muros de Kel-An-Tiraidh donde los defensores, cogidos por sorpresa, se estaban reuniendo precipitadamente.
Cuando estuvieron a 100 pasos de la ciudad empezaron a galopar en un estruendo de cascos. Los Keltas pensaron en un principio que los centauros iban a intentar saltar por encima de las empalizadas, pero empezaron a correr alrededor de la ciudad mientras arrojaban hachas a los defensores. Los Keltas intentaron a su vez arrojar sus lanzas a los centauros, pero estos se movían tan rápido que rara vez una lanza alcanzaba su objetivo.

Entonces Danu avanzó un poco hacia el combate y ordenó a la tierra que la obedeciera. Una enorme falla se abrió bajo los muros de Kel-An-Tiraidh, de los cuales una parte se hundió y fue tragada por la tierra junto con muchos Keltas. Aterrorizados por esta imagen, los defensores vieron tambalearse su voluntad. Pero Senatha apareció de repente y avanzó hasta el borde de la sima. Puso sus dos manos en el suelo y pronunció unas pocas palabras antes de arrojar una pequeña piedra marrón al interior de la tierra. El suelo retumbó y al mismo tiempo que Senatha alzó sus brazos a los cielos, una multitud de rocas se elevaron de la sima. Los proyectiles levitaron durante unos instantes entre el cielo y la tierra hasta que Senatha bajó los brazos brutalmente en dirección a los centauros. Con una increíble velocidad y violencia las rocas golpearon a los orgullosos centauros con todo su poder.
Parecía entonces que los centauros estaban a punto de retirarse cuando el grito de guerra de Ogmios retumbó por toda la llanura. Una vez más la carga de los Ogmananos hizo sacudirse cielo y tierra, y les devolvió el coraje a los hombres-caballo.

Esta vez, sin embargo, los muros resistieron mejor el impacto y el primer ataque fue rechazado. Varios centauros intentaron entrar en la ciudad a través de la brecha abierta en las empalizadas, y aunque fue muy fácil saltar sobre la falla, fueron exterminados por los Keltas que usaron largas lanzas de caza. 
Loco de furia, Murgan lideró personalmente el segundo ataque de los Ogmananos. Su lanza llameante provocaba terror en el corazón de los Keltas y, espoleados por ello, Ogmios y algunos de sus guerreros consiguieron entrar en la ciudad. Una vez dentro, los Ogmananos se mantuvieron juntos para ser capaces de resistir antes los más numerosos defensores. De forma lenta pero segura Murgan y Ogmios lucharon para abrirse camino hacia las puertas de la ciudad. Si conseguían abrirlas, los centauros podrían entrar en la ciudad, lo que significaría el fin de Kel-An-Tiraidh.
Viendo esto, Avagd corrió a su encuentro y desafió al jefe de los Ogmananos. Aceptando el desafío, Ogmios se abalanzó hacia él, su arma en alto.
Al mismo tiempo, Senatha se encaraba con Murgan. 
Todo alrededor parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Todos estaban conteniendo su respiración, pues eran conscientes que el resultado de la batalla podía muy bien depender del resultado de estos dos duelos.

La lanza del hijo de Danu quemaba todo lo que tocaba y ningún guerrero osaba acercarse. Senatha destrozó una pequeña gema azul entre sus manos y fue rodeado por un halo azul que brillaba bajo la luz del sol, y avanzó hacia Murgan con determinación en sus ojos.
Avagd era un coloso, pero junto a Ogmios parecía un niño pequeño. El gigante bajó su enorme alabarda pero el Kelta, que era más rápido, esquivó el terrible golpe y lanzó a su vez un tajo con su gran hacha.
Ogmios dejó escapar un aullido de dolor cuando el hacha de Avagd se hundió en su muslo, pero no vaciló. Al contrario, se volvió aún más furioso por la herida y lanzó una avalancha de golpes sobre su oponente.
Seguro de sí mismo, Murgan golpeó a Senatha quien, pese a la promesa de muerte que traía tal ataque, no intentó esquivar la lanza.
Avagd estaba retrocediendo ante Ogmios. Estaba sufriendo para bloquear los ataques del gigante y su hacha corría el riesgo de romperse con cada nuevo golpe. Súbitamente, con un grito de rabia, Ogmios le alcanzó con un golpe que podría haber destrozado una montaña. Milagrosamente, el arma de Avagd resistió, pero él fue derribado.
La punta llameante iba dirigida directamente hacia el corazón de Senatha. Pero, para sorpresa de Murgan, cuando la lanza entró en el halo perdió toda su fuerza. 
Tumbado de espaldas, Avagd vio como la hoja de Ogmios caía sobre él como si fuera un ave de presa. Rápido como un rayo, rodó por el suelo para evitar el golpe. Llevado por el impulso, Ogmios clavó su alabarda profundamente en el suelo. Avagd no dejó escapar esta oportunidad. Con un solo movimiento se pudo en pie y lanzó su hacha hacia la nuca del gigante. Con un golpe sordo, la enorme cabeza de Ogmios golpeó el suelo.

Apartando la ahora inofensiva lanza a un lado, Senatha avanzó de nuevo y colocó sus manos contra el pecho de Murgan. La niebla rodeó al terrible guerrero, que súbitamente sintió como su sed de sangre le iba abandonando poco a poco. El poder del agua había terminado con la devastadora furia del fuego.
De nuevo los gritos de victoria de los Keltas se pudieron escuchar por todo el lugar.


EL APUESTO CORNUDO

Tras la segunda batalla entre los Ogmananos y los Keltas, los habitantes de Kel-An-Tiraidh apenas tuvieron tiempo de recuperarse. Pronto vieron a los gigantes volver, tan numerosos como el primer día y con Ogmios caminando junto a ellos pese a haber sido decapitado por Avagd.
Así pues su diosa tiene el poder de traerlos de vuelta de entre los muertos”, dijo Avagd. “Nunca les venceremos, pues incluso si los rechazamos volverán de nuevo. Y de nuevo nosotros perderemos más guerreros.”
Su hijo Eladh intervino entonces.
“Iré con los Ogmananos para descubrir su secreto. Y si fuera necesario, mataré a su diosa.”
Los Ogmananos y los centauros volvieron a hostigar a los Keltas. Pero ya no lanzaban masivos ataques, si no que se contentaban con pequeñas incursiones, matando unos pocos hombres de cada vez antes de regresar a los bosques y las montañas.

Eladh se unió a un grupo de cazadores y se aventuró al interior del oscuro bosque. Allí, tal y como esperaban, los centauros les emboscaron. Los cazadores se defendieron bien y mataron a una de las criaturas antes de retirarse.

En cuanto a Eladh, fingió estar muerto y permaneció en el campo de batalla. Vio entonces a los centauros llevarse a su compañero caído, y los siguió a través de los bosques hasta un gran claro donde había un gran círculo de piedras, en el centro del cual estaba en pie Danu. A su derecha había una jarra llena de arcilla húmeda. A su izquierda habían un receptáculo de loza.
Eladh vio como los centauros depositaban a su compañera caído a los pies de la diosa. Entonces ella tomó un poco de arcilla y, con sorprendente destreza, moldeó figurilla que era una réplica exacta del muerto. Colocó entonces la estatuilla en el receptáculo, sacó una daga de su cinturón y se cortó la mano, para dejar caer varias gotas de su sangre en el receptáculo sagrado.
Unos instantes después el bosque cayó en el más absoluto silencio. No se podía oír el más ligero sonido, ni siquiera el canto de un pájaro. De repente un bramido que parecía provenir de las profundidades de la tierra se elevó desde el crisol y, ayudado por sus compañeros, el centauro que estaba yaciendo a los pies de la diosa unos instantes antes salió de él perfectamente vivo. En el espacio donde antes estaba su cadáver sólo había una fina capa de polvo.

Cuando Eladh regresó a Kel-An-Tiraidh narró lo que había visto.
“Esta maravilla no es sólo obra de la diosa”, concluyó. “Es esa urna el origen del gran poder de nuestros enemigos. No tendré que matar a Danu, sólo tendré que romper el instrumento de su magia y entonces nuestros enemigos no volverán a ser capaces de volver de entre los muertos”. Avagd sacudió su cabeza de manera escéptica.
“Nunca serás capaz de acercarte lo bastante, ni a la diosa ni a la urna”.
Entonces habló Senatha.
“Al contrario, es muy simple. Haré que tu hijo tome la apariencia de un enorme ciervo y entonces podrá vagar por el bosque a su antojo. Cuando esté a solas con la diosa se transformará de nuevo en un joven. Encantada por tal prodigio Danu se dejará seducir y compartirá su lecho con él. Entonces podrá romper el crisol cuando ella haya caído dormida.”
Y Eladh fue entonces transformado en ciervo por Senatha. Sus cuernos eran mucho más impresionantes que los de cualquier otro macho del bosque. Y a Eladh le gustó ser lo que se había convertido.  
Cuando llegó al círculo de piedras bramó tan alto que su eco se pudo oír incluso en las montañas habitadas por los Ogmananos. Cuando oyó semejante grito, Danu quiso saber qué bestia lo había producido, pues nunca había escuchado uno tan poderoso. Así que se dirigió al claro tras coger el crisol, pues nunca se separaba de él.
Al descubrir a Eladh se dijo a sí misma que nunca había visto un animal tan magnífico. Se dirigió hacia él y colocó su mano sobre su frente. 

Danu y Cernunnos se conocen...

Tal y como Senatha le había dicho que hiciera, Eladh volvió a su aspecto humano. Danu quedó estupefacta por esta maravilla y preguntó quién era él. Eladh mintió diciendo que nunca nadie le había dando un nombre no siendo ni hombre ni bestia. Así Danu decidió que de ahora en adelante se llamaría Cernunnos, que significa “el Apuesto Cornudo”. 
“Me gusta ese nombre y me gustaría agradecerte el habérmelo dado”, respondió Eladh antes de atraerla hacia sí. 
Danu no se resistió y se unieron uno con otro en ese mismo claro.
Cuando rebosaron de placer carnal, Eladh fingió quedar dormido y esperó a que Danu hiciera lo mismo. Tan pronto como lo hizo se levantó y cogió una piedra para romper el crisol. Pero en el último momento, sin saber explicar por qué, no fue capaz de hacerlo. Una suave ria se oyó entonces detrás de él. Eladh se giró y vio a Cianath mirándolo de un modo divertido pero benévolo.
Eladh abrió su boca para hablar, pero fue el hijo de Danu quien habló primero. 
“¿De verdad pensabas que podrías compartir el lecho de la Diosa y seguir siendo el mismo de antes?”
“¿Quién eres tú? ¿Y qué quieres decir?” Preguntó Eladh con cautela.
“Soy Cianath, y al unirte con mi madre te has convertido en su igual. De este modo nuestros pueblos podrán al fin conocer la paz.”
Eladh se volvió para mirar a Danu, que todavía yacía dormida, y comprendió entonces por qué no había sido capaz de romper el crisol. Su corazón le creció en el pecho mientras la contemplaba y todo cuanto deseaba era yacer junto a ella de nuevo. Se había convertido en Cernunnos.
“Si dices la verdad, entonces esperaré a que despierte y así juntos podremos traer la paz a estas llanuras”, le dijo a Cianath. Entonces volvió a quedar dormido con Danu a su lado. Pero su descanso se vio turbado por un extraño sueño.

CONTINUARÁ
3ª parte de 6.

traducido por: Winterblue
Fuente: Cry Havoc

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