martes, 5 de noviembre de 2013

Kel, o los Orígenes - 2/6

2ª parte de 6


LA BATALLA DE LAS PLAYAS ROJAS

Con los gigantes siguiéndole, Murgan pronto llegó a los lindes del campamento levantado por los Keltas, quienes habían llegado en cien barcos cada uno llevando cien hombres y mujeres. El campamento se extendía hasta donde alcanzaba la vista a lo largo de la playa salpicada por el mar. Los gigantes eran diez veces menos en número, pero cada uno de ellos podía matar fácilmente a tres de sus oponentes a la vez. Y Murgan caminaba con ellos.
Cuando se presentó antes los hombres no era para pedirles de nuevo que abandonaran estas tierras. Los “demonios venidos del mar” habían insultado a Danu y ahora tendrían que sufrir las consecuencias.
- “¡Hombres de Kel!" - gritó Murgan - “¡El momento de lamentarse de vuestros actos ha llegado! ¡He venido para reclamar tal precio en sangre!”.
Con esas palabras se retiró para unirse a Ogmios y sus seguidores, quienes estaban preparados para atacar. Los guerreros Keltas se situaron tras una empalizada levantada a toda prisa. Con sus armas en la mano se prepararon para hacer frente a la carga de los gigantes. Estos se encontraban de pie perfectamente inmóviles a una distancia de cien codos del campamento, esperando a la señal que pronto llegaría. Murgan alzó su lanza y apuntó al sol durante un instante.
Cuando la bajó súbitamente en dirección al campamento Kelta, Ogmios emitió un terrible grito de guerra que resonó con las voces de cientos de guerreros sedientos de batalla. Y así lanzaron su ataque.
La tierra tembló bajo sus pies y cada uno de sus pasos eran como diez de los humanos. Cuando llegaron al alcance de las jabalinas de los defensores un enjambre de astas oscureció el cielo durante un instante. Varios gigantes cayeron debido al impacto de un tiro afortunado, pero para la mayoría de semejantes colosos los proyectiles no eran más que insignificantes picaduras de insecto.
Entonces llegó el terrible impacto.

La empalizada de madera levantada por los Keltas cedió ante los atacantes, que entraron en el campamento por un centenar de brechas. Dentro del campamento mujeres y niños corrían en todas direcciones, gritando de terror. Enormes espadas segaban a los Keltas como si fueran espigas de trigo. Tras unos pocos minutos parecía evidente que la batalla se estaba convirtiendo en una masacre. Como un ángel de la destrucción Murgan luchó con rabia y furia, y cada vez que bajaba su lanza de fuego otro guerrero Kelta perdía la vida.
Una vez pasaron los primeros momentos de pánico los defensores se reunieron en torno a Avagd, cuya voz atronadora los llamaba a reagruparse. Y así, mientras los gigantes se dispersaban en desorden por todo el campamento, persiguiendo a sus víctimas al azar, los Keltas se organizaron en pequeños grupos y finalmente consiguieron contraatacar. Por cada Kelta que había caído tres más ocupaban su lugar, y uno a uno los gigantes fueron rodeados. Aunque la sangre de Murgan les había concedido longevidad ilimitada, seguían siendo vulnerables a las armas de bronce de los hombres.
En el momento álgido de la masacre, Ogmios, que también era un jefe sabio y erudito, le rogó a Murgan que ordenara retirada. Furioso y frustrado, Murgan decidió abandonar el campo de batalla antes de que los Ogmánanos fueran completamente exterminados.
Cuando los gigantes se retiraron se alzó un grito de alegría desde el campamento devastado. Por desgracia, el regocijo que siguió a esta victoria probó ser muy prematuro.

La llegada del Hombre trajo consigo las primeras Guerras al continente de Aarklash.

LA IRA DE DANU
Cuando Murgan regresó junto a su madre para informarle de los eventos que justo acababan de ocurrir, Danu montó en una terrible cólera por primera vez en su existencia. Primero de todo acusó a Murgan de haber actuado sin pensar, pero mucho mayor era la ira que sentía hacia esos invasores que habían masacrado a los Ogmánanos y que ahora cazaban a sus animales. 
“Yo soy esta tierra y ningún ser vivo debería beneficiarse de mis bendiciones sin mi consentimiento. Mis manantiales no saciarán la sed de estos hombres venidos del mar. Ellos mismos emitirán un olor pestilente de modo que todos los animales puedan olerlos fácilmente y sepan cuando se acercan para darles caza, de este modo no podrán nutrirse de su carne. La madera de mis árboles se convertirá en polvo cuando sea golpeada por sus hachas, y de este modo no podrán construir refugios ni encender fuego para calentarse o protegerse del frío que caerá sobre ellos.”
Estas fueron las palabras de la Diosa. Entonces hizo traer a Ogmios ante ella y le ordenó que moldeara y trajera una estatuilla de barro de cada uno de los suyos que cayó en combate. Esto fue hecho y Danu, de nuevo, dio su sangre para darle de nuevo vida a los Ogmánanos gracias al Crisol original.

Y así los Keltas sufrieron la maldición de Danu. Allí donde fueran, los manantiales se secaban bajo sus pies y los animales huían antes de que los cazadores pudieran siquiera verlos. El frío les hacía sufrir cruelmente, pues no tenían pieles de animales para abrigarse ni leña para encender un fuego o levantar un refugio. El hambre y la sed les corroían, y sin embargo ni una sóla vez consideraron marcharse otra vez.
Fue entonces cuando un hombre de la tribu pidió una audiencia con Avagd. Cuando éste le recibió, este hombre, llamado Senatha, afirmó ser capaz de encontrar una solución para cada uno de los males que afligían a las gentes de Kel. Avagd le hizo entonces dos promesas. Si estaba diciendo la verdad, entonces el rey le concedería el primero de sus deseos, no importa cual fuera éste. Si por el contrario le estaba engañando, entonces sería exiliado de la tribu. Entonces Avagd le preguntó a Senatha qué es lo que planeaba hacer. Su respuesta fue la siguiente:
- “La diosa está volviendo la naturaleza en nuestra contra. Yo también subyugaré a los elementos y así seré capaz de contrarrestar esta maldición.”
Senatha sacó entonces cuatro piedras transparentes de una pequeña bolsa de cuero.
- “Gracias a esta gema obligaré a los manantiales a manar de nuevo. Con esta otra ordenaré al viento que disperse nuestro olor para poder así acercarnos a la caza. Con esta tercera levantaré cabañas de piedra y tierra, mucho más resistentes que las de madera, y les daré el calor del fuego con ésta última gema.”.
Y Senatha cumplió todas y cada una de sus promesas. Los Keltas pudieron entonces apagar su sed y comer hasta saciarse. Construyeron también una ciudad rodeada de sólidos muros de piedra, y en cada hogar ardía un fuego inextinguible que protegía a todos sus habitantes del frío.
Senatha regresó entonces ante Avagd para reclamar su recompensa.
- “Mantendré mi palabra” - dijo Avagd - “puedes pedirme cualquier cosa que desees. Pero antes de eso, dime de dónde has sacado esas piedras mágicas y el conocimiento de tales secretos”.
Así Senatha estuvo de acuerdo en narrar a Avagd el relato de su viaje.

Tras la batalla de las Playas Rojas Senatha terminó muy alejado del campamento. Había estado horas atendiendo a los heridos y todo su cuerpo estaba cubierto de sangre. Pero su corazón estaba sangrando más aún que todas las heridas que había tenido que sanar porque no había conseguido salvar ni la mitad de los guerreros que habían sido llevados ante él. Tantos y tantos jóvenes y vigorosos guerreros habían abandonado este mundo durante esta batalla… ¿Y por qué? ¿Por los dioses? ¿Por la libertad? Arrodillándose ante el río en el que justo acababa de lavarse, Senatha lloró por sus hermanos caídos y lloró por las desgracias que jamás parecían dar tregua a su pueblo.
Entonces sufrió un repentino arrebato de furia y gritó a los dioses, maldiciéndolos por todo el sufrimiento que habían causado a su gente. Cuando finalmente se quedó sin aliento, una voz suave y tranquila le habló.
- “Exigente mortal. Intransigente mortal… ¿Por qué no concedes a los dioses el derecho a cometer errores?”.
Senatha se giró súbitamente y vio a un hombre de pie a pocos pasos de donde estaba él. No era un Ogmánano, pero tampoco era un hombre de Kel, no había duda sobre ello. Pero Senatha estaba demasiado exhausto para sentir curiosidad y las palabras del hombre le hirieron demasiado para retrasar su respuesta.
- “¡Porque las consecuencias de sus errores arrasan nuestras tierras y matan a mis hermanos por cientos! ¡Porque son tan orgullosos y obtusos que rehúsan admitir que se han equivocado y nos persiguen dondequiera que vayamos!” - Exclamó en un tono que no ocultaba su amargura.
- “Pero algunas veces ocurre que los mortales están tan ciegos que pasan junto a la mano que los dioses les están tendiendo” - Respondió el hombre con la misma voz calmada.
- “¿Qué quieres decir? ¿Y quién eres tú, tú, que hablas como si fueras un mensajero de los dioses?”.
- “Soy uno de aquellos a los que odias y he venido a probarte que la ayuda de los dioses es igual al sufrimiento que han causado.”
Frente a estas palabras Senatha retrocedió, esperando alguna forma de traición. Pero sin embargo algo dentro de él le empujaba a confiar en el extraño.
- “¿Por qué harías tú eso?" - Preguntó.
- "Porque yo sé ciertas cosas de las cuales ni siquiera la Diosa es consciente todavía. Porque yo sé que tu gente está destinada a llevar a cabo grandes proezas en esta tierra. Antes de eso debe soportar mil y un tormentos. Así debe ocurrir y yo no puedo hacer nada para cambiarlo. Sin embargo, sí que tengo el poder de dar a los tuyos los medios para conseguir su destino. Y tú serás aquel a través del cual la esperanza volverá a crecer”.
- “¿Por qué yo?” - Preguntó Senatha.
- “¿Por qué tú no?” - Se limitó a responder el extraño - “Cierra los ojos y ábreme tu mente. Te guiaré y te revelaré parte de los secretos de los dioses”.
Sin saber exactamente por qué obedeció, Senatha cerró los ojos y se obligó a poner su mente en blanco. Primero vio la borrosa pero tranquilizadora presencia del extraño, y entonces sintió como si cayera al vacío. Instintivamente intentó abrir los ojos, pero su cuerpo no le respondía. De hecho, cuando lo pensó, se percató de lo obvio: ya no tenía cuerpo, y la sensación de caer era producto de la separación de su cuerpo y su alma.
Lo que ocurrió a continuación es imposible de explicar, pues las palabras empleadas por los mortales sólo pueden describir lo que sus sentidos les permiten sentir. Senatha no sentía nada, ni tampoco veía nada. Pero viajó al corazón de la Sabiduría. El extraño lo guió a través de la intrincada red de los arcanos de Creación y, poco a poco, Senatha fue comprendiendo la profunda naturaleza de todas las cosas, fueran vivas o inanimadas. Con más y más claridad, su mente fue distinguiendo las sutiles capas de los distintos elementos que conformaban en mundo, e incluso consiguió aprender a dominar este poder para usarlo en su ventaja.
En ese momento exacto sintió como si estuvieran tirando de él hacia abajo y supo que su viaje había llegado al final. Sabía que iba a volver a su cuerpo. Y sin embargo sabía que todavía existían miles de secretos que no había descubierto, que tan sólo una diminuta parte de la verdad le había sido revelada. Le hubiera gustado resistirse, permanecer Para seguir explorando y saciar su ansia de conocimiento, pero se vio inexorablemente abocado de nuevo al mundo.
Cuando finalmente abrió los ojos estaba dividido entre la maravilla y la frustración. El extraño todavía se encontraba ante él,  con su mirada benevolente. Senatha intentó hablar, pero antes de que pudiera abrir la boca el hombre le tendió una pequeña bolsa de cuero y simplemente le dijo:
-“Ahora sabes. Depende sólo de ti cómo utilices ese conocimiento y a quien lo enseñes."
Sin decir palabra, Senatha tomó la bolsa. Contenía cuatro pequeñas piedras, cada una del tamaño de un guijarro. La primera estaba caliente y brillaba roja como unas ascuas. La segunda era lisa y transparente, como una gota de agua petrificada. Senatha se sorprendió cuando tomó la tercera, pues era más ligera que el más fino plumón. Y la última parecía una vulgar roca marrón. Y en cada una de estas gemas Senatha sintió el poder de los elementos tal y como los había visto durante su viaje espiritual.
Cuando finalmente terminó de mirar las gemas Senatha sintió como su cabeza se llenaba de mil preguntas, pero el extraño ya no se encontraba allí para responderlas.

Cuando Senatha terminó de narrar su extraordinario relato, Avagd le preguntó qué quería a cambio de sus servicios. Senatha se inclinó humildemente ante su rey y esto fue lo que dijo:
- “Ahora sé y he hecho uso de este poder. Lo que debo hacer ahora es enseñarlo. Lo que pido es simple. Cada año escogeré un niño que haya visto diez veranos y lo convertiré en mi discípulo.”
- “¿Qué rey negaría a su pueblo semejante propuesta?” - Respondió Avagd - “Te daré lo que pides, pero ahora estoy doblemente en deuda contigo.”
- “Entonces acepta mi voz para darte consejo y entonces estaremos en paz.” Dijo Senatha.
- “Que así sea” - Declaró Avagd - “Desde este día en adelante tú serás el único que pueda hablar antes que yo, y así será por tus discípulos y mis descendientes.”
Y así se selló el pacto que une a los reyes y los druidas hasta este día.

CONTINUARÁ
2ª parte de 6.

Traducido por: Winterblue
Fuente: Cry Havoc

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