martes, 29 de octubre de 2013

S'Ygma, Adepto Ophideo




Caía la noche sobre Cadwallon; la oscuridad invadía lentamente las casas y las altas torres. La librería del MAESTRO BROMURO, LIBROS POCO COMUNES Y PRIMERAS EDICIONES, al final de una calle de la villa alta, estaba envuelta por la oscuridad.
Los empleados del Maestro Bromuro se habían marchado hacía un rato, pero él se encontraba aún ocupado contando el dinero de la caja bajo la tenue luz de una vela. Una vez hubo guardado el último ducado en la cámara, el goblin se colocó bien las gafas, se abrochó el chaleco y se dirigió a la ventana delantera de la tienda. Esquivando las caóticas pilas de libros en el centro del establecimiento, Bromuro pasó con dificultad y en silencio entre las estanterías repletas de obras de incalculable valor. En la puerta, cuando estaba a punto de cerrar, se dio cuenta de que una silueta se acercaba desde el otro lado de la calle.
Al principio, Bromuro pensó que se trataba de un wolfen borracho. El goblin se dio cuenta de su error cuando la figura llegó a la puerta. Envuelto en un pesado abrigo, el extraño no era humanoide de ningún modo, a parte de por dos brazos y una cabeza. Su cuerpo era largo y retorcido como el de un reptil. Sus ojos brillaban entre las sombras de su capucha y tenía una lengua bífida. Apoyando con tranquilidad una sombrilla en el hombro, se inclinó sobre la empuñadura de su bastón.
Bromuro nunca había visto una criatura tal.
- ¿Habéis cerrado ya?.
El experto en libros antiguos no era capaz de responder; sus rodillas templaban y sus dientes castañeteaban. El extraño pareció pensar que era una especie de invitación y entró a la tienda. Se deslizó durante un rato entre las pilas de libros, acariciando las estanterías con su lengua bífida.
Bromuro no podía quitarle los ojos de encima. A pesar del tamaño de su cuerpo, la gracilidad de sus movimientos era terriblemente fascinante e incluso sublime. 

Los instintos del goblin le decían que huyese y se olvidara de los libros. ¡Pero la caja estaba llena!.
- ¿Puedo ayudaros?.
La frase que había repetido miles de veces a lo largo de su vida salió de sus labios automáticamente. El ofidio se giró tan lentamente que era casi hipnótico. Miró al vendedor de libros de un modo inquietante.
- Estoy muy cansado a causa de una pelea. Necesito relajarme. He oído hablar muy bien de vuestro establecimiento.
El halago barrió la palabra “pelea” de la mente del goblin. Bromuro se fijó en las muchas joyas lucidas por su interlocutor, brillando entre las sobras.
Apresuradamente, el goblin cogió una vela y se acercó a su cliente. Recordó que una buena venta comenzaba con una buena investigación e intentó olvidar que su cabeza estaba en peligro.
- Disculpad mi curiosidad, ¿pero cómo habéis conocido mi boutique?.
- Mi enemigo me confesó muchas cosas mientras agonizaba. Espero no fuera uno de vuestros buenos mecenas.

Bromuro casi se ahogó. Sin duda, no quería saber el nombre del difunto.
- ¿Es la primera vez que venís a Cadwallon?.
- Sí. Yo vivía... en una biblioteca. Durante años.
¡Por el dios Rata! ¡Un bibliotecario! ¡No había nada peor que los bibliotecarios! Bromuro continuó sereno.
- Me alegra decir que muchos de vuestros colegas forman parte de mi clientela. Todos tienen un campo preferido; ¿puedo preguntaros cuál es el vuestro?.
- Ya no soy bibliotecario. Soy un guerrero del Rag’narok.
- ¿Y antes de eso?.
Los reptiles ojos del visitante miraron fijamente a Bromuro durante varios segundos interminables.
- Magia.
- Vasto y grandioso campo. ¿Y qué aspecto de esa disciplina llamó vuestra atención?.
- ¡No es una disciplina! Es un arte. Y uno de sus más brillantes artistas no es otro que Arykao.
Instantáneamente, Bromuro repasó, mentalmente, todo lo que tenía en la tienda para ver si tenía algo concerniente a ese individuo. Casi como un autómata, recitó:
- El encantador loco. Un cynwäll. Tengo un hermoso manuscrito sobre él, pero tuve que separarme de él el mes pasado.
El cliente siseó de un modo amenazador. Los dos eruditos permanecieron en silencio por un momento. Una pequeña criatura, obviamente anfibia, salió de entre los ropajes del cliente y desapareció bajo una manga. Aún petrificado, Bromuro se dio cuenta de que estaba frente a uno de esos terriblemente poderosos y misteriosos magos capaces de dominar a criaturas de otros Reinos.
- De-Debéis ser un mago muy poderoso, mi Señor.
- El poder no tiene nada que ver. Soy un artista. La Creación es mi lienzo. Soy capaz de imponer mi voluntad y mis deseos sobre Aarklash.
El mago se sostenía erguido sobre su cuerpo serpenteante y Bromuro ya no podía confundir su naturaleza. Tan sólo la certeza de que su cliente le atraparía fácilmente le impedía huir. Satisfecho con su efecto, el ofidio continuó:
- ¿Conocéis el éxtasis que sienten aquellos que desafían las leyes de los mortales? Toda mi vida he deseado alcanzar los cielos, como Vortiris. Cuando lo hice, sentí tal alegría que no podía quedarme encerrado entre un montón de libros otra vez. ¡Soy libre, como un terrible dios de crueldad!.
En su ensalzamiento, el mago golpeó una pila de antiguos libros de hechizos. Bromuro fue incapaz de contener un chillido de desaprobación. El ofidio se quedó inmóvil, miró al goblin y se inclinó para recoger los libros con un respeto casi místico. Se detuvo junto a un libro. Rápidamente Bromuro regresó a la realidad.
- Este es un libro de gran valor, escrito por un mago de la Quimera. – dijo como una apología.
Ante estas palabras, el ofidio dejó caer el libro con desdén.
- Humanos. Son sólo larvas. Atascados en su limitada ética, son incapaces de dar rienda suelta a sus deseos. Y su raza es tan joven, tan patética.
El ofidio dejó caer su capucha con un movimiento estático, mostrando su rostro. Parecía preparado para matar.
- ¡Estáis en lo cierto! Verdaderamente los humanos son estúpidos. No comprenden nada sobre otros. Creen que todo les pertenece, cuando nosotros ya estábamos aquí mucho antes.
El ofidio dejó de reptar. Tranquilizado por este apoyo silencioso, Bromuro prosiguió:
- Creen ser listos, pero no comprenden nada. ¿Cómo pueden entender la historia cuando están llegando al final de ésta? Escriben libros pero no entienden las palabras.
El mago adquirió una postura menos amenazadora. Bromuro buscó sin éxito cualquier indicio en la mirada del ofidio. Continuó hablando:
- Mi pueblo.... Mi pueblo ya existía mucho antes de que los enanos se asentaran en Aegis. Todos nosotros hablamos muchas lenguas. Nuestra caligrafía no tiene igual. Nuestro conocimiento de la magia revela el auténtico poder de los nombres. Somos... Somos bibliotecarios. ¡No podéis matarme!
El mago parecía encontrar divertido el terror del goblin. Jugó durante un rato con su familiar. Entonces se acercó, se deslizó junto a Bromuro y se enroscó a su alrededor.
- Ya que sois tan erudito y tan orgulloso de su pueblo, encontradme un libro de No-Dan-Kar merecedor de mi atención y seguiréis con vida.
La lengua del ofidio acarició la mejilla de Bromuro. En un instante el mercader se dio cuenta de la cantidad de compendios, libros de hechizos, códices, disertaciones, tratados y otras obras acumuladas en el transcurso de su vida. Alguna de ellas podría salvarle la vida. Con lascivia, el mago dejó ir a Bromuro, casi a regañadientes. El goblin se apresuró de un modo frenético por los callejones formados por pilas de libros. El pánico que le había atrapado remitió lentamente. El goblin estaba convencido de que su cliente no le había contado a nadie más lo que se sentía al ascender a los cielos. Ahora Bromuro lo sabía mejor que nadie. ¡Podía conseguirlo!.
El goblin encontró el primer libro que había comprado aquí. Un panfleto contra los akkylannos escrito por un clon casi analfabeto. También encontró un tratado esotérico que había olvidado vender a un buen cliente que había estado buscándolo durante años. Casi tropieza con el vigésimo séptimo volumen de la enciclopedia de Tir-Nâ-Bor que usaba para sujetar una estantería. Finalmente, tuvo una visión.

Con gran destreza, el mercader cogió un grueso libro antiguo bajo una pila de libros y tiró de él con brusquedad, sin derribar la inestable torre.
Mostró el libro con orgullo a su cliente.
- Es un tratado escrito por el maestro Sulfuro. ¡El mayor mago de No-Dan-Kar!.
- Buena referencia, ¿y de qué trata?.
- Hmm... Debo decir que no lo he terminado de entender. Es un estudio comparativo de las distintas vías de la magia.
- Un tema peliagudo. Raramente tratado con elegancia.
- Sí... Pero Sulfuro se centró en un mago que dominaba el Agua, las Tinieblas, el Tifonismo y otras misteriosas vías, a la vez.
El ofidio permanecía inmóvil, como una cobra a punto de atacar.
- ¿Cómo se llama el mago?
- S’Ygma.
Un silencio sepulcral envolvió la tienda, rodeándola lentamente como una serpiente enroscándose alrededor de su presa, preparada para asfixiarla. Una sonrisa sarcástica cruzó el rostro del ofidio. El goblin murmuró en silencio oraciones al dios Rata. La sonrisa se hizo más amplia.


traducido por Hattu
de http://hauntofdarage.mundoforo.com/index.php
FUENTE: Cry Havoc nº11

4 comentarios:

  1. Me entusiasma este relato.. lo mistico de Cadwallon y uno de los personajes más misticos del juego... ;) Ole Ole!!!

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    1. A mi es uno de los relatos que mas me gustan! Este y otros pocos los tengo traducidos desde hace un tiempo, pero para la siguiente actualización de Dramatis Personae, subiré el retrato del Espantapájaros, que lo terminé de traducir este finde pasado y lo he disfrutado mucho!.

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  2. Tengo la miniatura por el armario, esperando que algún dia le dedique un poco de tiempo. Ahora que he leido el relato, se convierte en una miniatura un poco más especial. Impresionante historia. Por cierto, ¿puede ser que hubiera una novela o algo asi de esta miniatura?

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    1. Sí que hay una novela acerca de un ophidio, pero es sobre el amigo S'erum ;p. De esa novela siempre me han hablado mejor que la de Syd de Kaiber, amen que también sale en ella Ayane, otro de esos personajes que tanto me gustan ;P (tengo su retrato también para subirlo ;P).

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